Además de artista visual, Edgar Francisko Jiménez es un trotamundos que ha dejado en cada país visitado la huella de su producción artística. Esta exposición retrospectiva en el Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo de Santa Marta, celebra 40 años de vida artística, remontándose a 1973 cuando, por primera vez, estando aún en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, exhibió sus obras en el Salón Regional de Artistas en Tunja.

A partir de entonces no ha dejado de producir pinturas, dibujos y grabados que exploran temas que van desde un costumbrismo que enfatiza los símbolos de nuestra costeñidad, pasando por la música y sus danzantes, hasta desembocar en una pintura cosmopolita que enfoca elementos asiáticos, incluso, argumentos abstractos de robusto colorido, sin olvidar las jubilosas imágenes del carnaval caribeño. También realizó, aunque sin ánimo ilustrativo, una serie de pinturas que recrean el realismo mágico el cual había estimulado su imaginación cuando leyó El otoño del patriarca, la celebrada novela de Gabriel García Márquez.

Por la época de sus primeros pasos en esta difícil disciplina, se interesó por el desnudo femenino pero más aún, se propuso investigar con espíritu crítico, la simbología raizal de la región Caribe. Es así que se observa en sus dibujos al carboncillo y diversas técnicas gráficas, el bohío campesino en su roza, los animales domésticos, el sombrero vueltiao, las abarcas típicas, pero también las columnas de humo que denuncian las quemas indiscriminadas, la calavera que asecha a los desprotegidos lugareños o el alambre de púas que encierra las grandes extensiones de tierra de gamonales y latifundistas.

el boga. 90×60 cms. óleo sobre lienzo. 1976

 

Sin embargo, ha sido la música implícita en la danza en sus diferentes matices la que ha dominado un buen trayecto de su recorrido artístico. Las parejas que danzan al compás del mapalé o la cumbia bajo las estrellas y luna llena con velas encendidas, de acuerdo a la tradición folclórica caribeña, son recurrentes durante este período de las décadas del ochenta y noventa. Son figuras esquematizadas sobre trazos cromáticos en una coreografía que alude a la legendaria alegría y desparpajo característicos del ser costeño.

Ni siquiera en Beijing, mientras cursaba un posgrado en pintura tradicional china, olvidó su terruño ni sus aires musicales. En aquella remota ciudad experimentó una fusión asimilando el baile de la cumbiamba a la caligrafía china en parejas que se contorsionan de manera rítmica, pero al mismo tiempo simbolizan un ideograma del idioma vernáculo. Para demostrar su destreza en pintura china, también incursionó en paisajes orientales utilizando sus componentes tradicionales como tintas, acuarela, papel de arroz, caligrafía y sellos del artista. Sus años en China dejaron una profunda huella en su vocación artística. En Hong Kong, donde se radicó algunos años, desarrolló una pintura más afín con el cosmopolitismo que ostenta la ciudad asiática. Además de su conocida danza caligráfica, experimentó en una pintura expresionista de naturaleza abstracta con mayor énfasis en el color, manchas y círculos, como en un fluir de la conciencia, más intuitiva y espontánea que su obra hasta aquel momento.

Mientras estuvo radicado en Toronto (Canadá) exploró, en coloridas aguadas, la filosofía tántrica, la cual entiende la sexualidad como un proceso de trascendencia espiritual y que él representa como un recorrido energético o circuito cerrado entre ambos cuerpos durante la cópula. No se trata de una figuración realista, sino de encuentros amorosos sugeridos con manchas sensuales que evocan la intimidad del ser humano. Por la misma época, experimentó con la fragmentación, una suerte de puntillismo, que materializa las figuras con base en pequeños puntos cromáticos que vibran como fantasmagóricos espejismos sobre el lienzo. Más tarde, el espíritu lúdico de Edgar Francisko se manifiesta en paisajes oníricos con personajes camaleónicos que se esconden entre el follaje de un bosque idealizado.

cumbia. 70×100 cms. óleo sobre lienzo. 1978

 

Después de largos años de un exilio voluntario, se radicó en Bogotá para retomar el hilo donde lo había dejado, solo que ahora, ya con una pintura decantada y con absoluto dominio de sus técnicas, recupera la abstracción expresionista a la que vuelve en ciclos periódicos de creatividad visual. A raíz de una visita a República Dominicana descubre el vistoso colorido y el frenesí de las carnestolendas de La Vega. Entonces decide peregrinar al Carnaval de Barranquilla y se contagia con la alegría de su música y la espectacularidad de sus manifestaciones folclóricas. Enfila sus pinceles hacia el regocijo de la fiesta caribeña y, con el virtuosismo que caracteriza su trabajo, recrea las danzas y comparsas, en especial la Danza del Congo, del Caimán, de Farotas o del Garabato, con énfasis en su coreografía, sus desplazamientos cadenciosos y la vistosidad de sus exóticos disfraces.


Eduardo Márceles Daconte. Escritor, curador e historiador del arte. Se ha desempeñado como Curador Multicultural del Queens Museum of Art de New York y es autor de una docena de libros de narrativa e historia del arte. Sus obras más recientes son “Los recursos de la imaginación: Artes visuales del Caribe colombiano” y “Los recursos de la imaginación: Artes visuales de la región andina de Colombia” (Bogotá, 2011).  eduardomarceles@yahoo.com