a Francisko desde unas salpicaduras de café

Los grabados policromos de Edgar Francisko transcienden una lejana melancolía, quien sabe si producto del conocimiento directo de la realidad vivida en contacto con el pueblo colombiano o de la simple ensoñación. Sorprendido le dije al joven colorista: «Me faltan elementos de juicio. Desconozco tu técnica. Me considero poco digno de juzgar este trabajo…»
Sin embargo fui comprendiéndolo, sintiéndolo como se siente el latido de la vida, sumiéndolo y asumiéndolo, a medida que me sentía observado por la burlona gravedad, carnavalesca a veces, de cierta mujer de inconfundible corte garciamarquiano, a medida que mis piernas se enredaban en el trenzado de una danza para mí exótica o que se producía el sorprendente acomodo de mi sensibilidad a los colores difusos, gamas rojizas o anaranjadas, agobiantes atmósferas de verdes y sepias que, ya, me situaban exactamente en el lugar preciso donde empieza el sueño y termina la realidad.
Estaba nervioso el artista – lo estaban sus dedos vibrantes mientras limpiaba consternado las salpicaduras de café que, yo, torpemente, había derramado sobre la mesa -, brillaban sus punzantes ojos negros. Yo, la imagen de la desolación. Y fue precisamente entonces cuando desde el fondo de los sueños creadores de Edgar Francisko empezaron a plasmarse milagrosamente en las desparramadas cartulinas las figuras, figuras reales, si, pero también soñadas, como sabe y debe soñar el verdadero soñador. Se plasmaban en imágenes punzantes percibidas vivamente por mi sensibilidad herida, como si las minúsculas manchas de café hubieran realizado el prodigio de hacer que se manifestaran. De, incluso, hacerles decir: «podrás destruir el sueño, pero no al soñador».
Muy difícil tu técnica Francisko. Dura. Lo intuí enseguida. Tú mismo lo corroboraste al confesarme tímidamente: «Hago cinco o seis grabados de éstos y termino agotado. Me duelen los músculos de los brazos, los huesos … » Comprendí que era el alma lo que te dolía cada vez que rescatabas de tu ensueño deletéreas gamas azuladas o violetas, que son celajes, entre manchones rojizos de tierra seca y solemne, adusta, entre delgados aires de alturas grisáceas, todo ese milagro del color cuando es indefinible, que rescatas de tu mundo onírico y un tanto torturado.
«Me guardas un par de grabados para cuando regrese a tu tierra», te dije: Y sentí en mi mano la presión de tus dedos, nerviosos y fuertes como los cuerpos de tus danzarines, mientras yo pensaba únicamente en retirarme, apesadumbrado por no poder expresarte con palabras lo que terminaba de revelarme tu mundo soñado.
Cristóbal Zaragoza, Escritor. (Premio Planeta 1981), para el catálogo de la exposición: «EDGAR FRANCISKO, Olis i Gravats» en la Galería del » Circle Artistic de Sant Lluc» en Barcelona, España. 1982
to Francisko from coffee splashes.

Edgar Francisko´s polychromatic engravings suggest a remote melancholy. Who knows whether as a product of the direct knowledge of reality lived in contact with Colombian people or as a product of simple fantasy. Surprised, I told the young colorist: “I lack of judging elements. I don´t know your technique. I do not consider myself worthy of judging this work…”
Nevertheless I started to understand it, feel it as life beat is felt, assume it, while I felt observed by the sarcastic poise of a certain woman of unmistakable Garcia Marquez´ rendering, while my legs started intertwining a dance exotic to me, or my sensitivity started to fit itself in the diffused colors, shades of red and oranges, overwhelming green and sepia atmospheres, that placed me in the precise instant where dream starts and reality ends.
The Artist was nervous – so were his vibrating fingers while dismayed cleaned the splashed coffee that I clumsily, had spilt over the table -, his sharp black eyes were shinning. I was very sorry.
It was precisely then, when from the depth of the creative dreams of Edgar Francisko started to miraculously appear on the scattered thin cardboards the figures, real figures, yes, but also dreamed figures, like knows and should dream a true dreamer. Appeared sharp images, vividly perceived by my wounded sensitivity, as if the tiny coffee dots had done the wonder of allowing them to manifest. Of even make them say: “You may destroy the dream, but not the dreamer”
